jueves, 7 de marzo de 2013

PAQUITA GONZÁLEZ REDÓN,...

PREMIO MUJERES DE JOTA 2013 
POR EL CENTRO ARAGONÉS 

Paquita González al pie del escenario del Centro Aragonés

Fiestas del Pilar de 1967, bailando junto a Josele Herranz

3 "Mujeres de Jota": Asunción Edo (2011), Teresa Abadía (2010) y Paquita González (2013)

Paquita a la guitarra

Paquita González junto a Vicente Rubio

Semblanza de Paquita González Redón, “Mujer de Jota” 2013.

Calurosa noche de agosto, el recinto ferial del Puerto de Sagunto, junto al Alto Horno, bulle de fiesta y gentío. El escenario del Ayuntamiento se dispone a sustentar una extensa velada de folklore, que recorrerá Valencia, Aragón y Andalucía. Hecho el silencio entre el público, cuerdas tañidas y pulsadas empiezan a desgranar aires valencianos. Es el Grup de Danses Els Fallers. Una dama, ataviada con usanza tradicional, es quien organiza la actuación, la presenta, y, con gran derroche de voz, canta en todos los números.

Terminada la intervención del Grup de Danses, y siguiendo el turno, se despliegan por el escenario la rondalla y los joteros de nuestro Centro Aragonés. A muchos, que quizá no tenían el gusto de conocerla, debió de sorprender la rápida incorporación de la presentadora de les danses valencianes al cuadro de canto aragonés, y cómo, a pesar del desgaste de su actuación previa, defiende con soltura y bravura dos jotas de estilo. Al margen de la posible sorpresa, estaba claro que en ambas lides le sobraba oficio. No es habitual, pero tiene su explicación, porque la dama a la que nos estamos refiriendo, Paquita González Redón, hoy “Mujer de Jota”, es un crisol de Aragón y Valencia. Y esa noche lo demostró ampliamente.

Paquita, nacida en octubre de 1950, vivió sus primeros años bajo el cuidado de sus abuelos maternos, pues sus padres habían emigrado a Sevilla por motivos laborales. Aquí radica la explicación de su doble actividad, aunque hoy, como corresponde a este Premio, vamos a enfatizar su dedicación jotera. Su niñez fue arropada por un amante de la jota, su abuelo Pedro José, un aragonés de Castralvo, Teruel, y por una cantadora de albaes, su abuela Francisca. El primero le inculcó la emoción de la jota, cantaba con ella en casa y le enseño estilos que Paquita todavía canta. La abuela, por su parte, cantaba les albaes de maravilla –venía de familia de cantadores- y las entonaba como si fueran nanas, para arrullar su sueño.

De todas formas, Paquita desarrolló su faceta folklórica valenciana más tarde que la aragonesa. Sus logros y su esfuerzo organizador, en compañía de sus hijas, son muy meritorios y su resultado quedó palpable en aquella noche de un reciente agosto, con la actuación del Grup de Danses aunando baile, canto y rondalla. Pero hoy toca hablar de su relación con la jota aragonesa.

En dicha relación, el abuelo fue determinante, aunque María, la madre, también cantaba la jota con buen aire, si bien sólo en la intimidad del hogar. Prueba de todo ello es que el cancionero infantil de la pequeña Paquita se componía de las jotas que en su casa resonaban. No obstante, su relación con nuestro Centro Aragonés empezó mediante el baile. Paquita también hacía sus pinitos bailando la jota en su calle a la fresca de las noches de verano. Así, con cuatro o cinco años, el abuelo Pedro José la llevó al centro para que aprendiera a bailar con corrección. Eran los tiempos de Teresa Pina, a cargo del canto, y de Pablo Luis Maza, del baile. Desafortunadamente, a los ocho años, una dolencia y la consiguiente necesidad de reposo truncó de momento su actividad.

Seis años más tarde, una Paquita adolescente se reencontró con el centro al tener la oportunidad de ser dama, dos años consecutivos, de las reinas Pepita Mengod y Rosinda Gracia. De ello a volver a bailar no mediaba ni un paso, y así fue, de nuevo con el profesor Pablo Luis Maza, y además esta vez acompañada por sus hermanas. Le consta la alegría de su abuelo, que estaba exultante con sus nietas bailando. A partir de entonces, se inicia una relación con la jota que, por voluntad suya, nunca tendrá fin y que, en ese momento de su reingreso, incluso crecerá en intensidad, porque también se atrevió a cantar en público. ¿Por qué no, si en casa lo hacía a todas horas? Su entrada en el canto con acompañamiento de cuerda, fue de la mano de Ángel Martínez, al que recuerda como gran profesor y gran amigo y con el que empezó a pulir su técnica. Luego seguiría con Vicente Rubio, y actualmente con su hijo César, al que califica de “buenísimo profesor donde los haya”.

Estamos hablando de una trayectoria muy extensa dentro de la jota cantada, que se ha mantenido sin paréntesis desde su adolescencia, y que por tanto está llena de vivencias y recuerdos, esencialmente felices. Dice textualmente: “He cantado en nuestra casa feliz y contenta, no paré ni cuando estaba embarazada, de hecho mi segunda hija nació el 28 de octubre y ese Pilar aún canté. He tenido la alegría de ver cantar a mis dos hijas mayores, que fueron alumnas de Vicente Rubio, y de ver a mi marido aprender y toca el laúd a las órdenes de ese gran maestro que fue Emilio Ruiz”.

Unas breves pinceladas pueden esbozar toda una vida interactuando con la jota: Paquita fue llamada para hacerse cargo del grupo de canto de la colonia aragonesa de Sagunto, hoy Casa de Aragón. De allí regresó a este centro, que ella califica como “mi segunda casa”, donde con el nexo de la jota ha hecho grandes amigos que quiere mencionar: Ángel Martínez, Vicente Rubio, Pepita Rubio, María Dolores Rubio, Rosita Chillida, Cristina Blanco, Asunción Edo y Josefa Vidal. Los recuerda con gran cariño, pese a la distancia, pues de todos sólo Asunción Edo y Vicente Rubio siguen con ella en activo. Naturalmente, ha visto crecer a muchos niños y niñas, que han pasado por los cuadros y hoy son padres y madres. Con toda esta amplia comunidad jotera ha compartido muchos buenos ratos.

Hoy, junto al plantel de jóvenes, “los que lo somos menos”, dice Paquita, “también lo pasamos bien, sobre todo con mis chicas, “las chicas de oro”, como nos llama con cariño César”. Pasarlo bien, alcanzar la dicha con la jota como alimento intangible; gracias a ella en los ensayos se siente transportada a una dimensión donde los problemas cotidianos no tienen cabida; y en el escenario, los aplausos del público le saben a premio de Certamen Oficial.

Hay todavía más circunstancias reseñables: Paquita formó parte del grupo de teatro del centro y participó en representaciones tanto dentro como fuera, concretamente en el festival de Almagro, Ciudad Real, donde el grupo cosechó importantes éxitos. Asimismo ha salido con los cuadros al extranjero, una vez a Italia y dos a Francia, la última de ellas a Toulouse, donde vivió un hecho inolvidable, de emoción desbordante. Ese día cumplía los sesenta años y, al finalizar el festival sus compañeros de los cuadros le cantaron “Cumpleaños Feliz”, pero por si ello no bastase para colmarla de satisfacción, a continuación fue todo el público, absolutamente entregado, quien entonó la canción… esta vez en francés.

Una trayectoria larga en el ámbito de las artes escénicas implica asimismo conocer a muchas personas. A Paquita le ha permito conocer y actuar con grandes joteros: Carmen Cortés, Josefina Ventura, Antonio Iranzo, Ramón Navarro, Víctor Lera, José María Julve, Jesús Benito, y Bienvenida Argensola, con quien congenió especialmente.

¿Puede ser la jota hilo conductor de una vida? Sí y tenemos muchas pruebas. La jota es, al menos, un soporte vital para muchas personas encomiables. Por eso Paquita es hoy, y lo es siempre, “Mujer de Jota”. Ella ha fundado, junto a su marido, una familia, ha criado a sus hijas, ha trabajado casi siempre fuera de casa, además de dentro, y la jota siempre ha estado allí, detrás como banda sonora, y al frente, como producto de su esfuerzo y su técnica de cantadora. Quizá por eso sus joteros preferidos son todos, todos le gustan, porque todos, como ella, “ponen o han puesto su alma en la jota”: Jesús Gracia, Piedad Gil, Pilarín Bueno, Conchita Pueyo, Angelines Hernández; y entre los jóvenes, Nacho del Río, Roberto Ciria, Beatriz Bernad, José Luis Urbén, Begoña García, Javier Iserte, y José Manuel Ibáñez, Campeón de Aragón en 2011, con cuya familia le une un especial cariño. No obstante, son tantos y tantos que, al decir suyo, “no hay papel suficiente para escribirlos”.

Finalmente, debemos preguntarnos por qué la jota puede convertirse en un soporte vital. La respuesta, sin duda, ya está contenida en el espíritu del disco que recientemente ha editado este centro, en el que podemos leer que la jota es, entre otras cosas, vida, emoción, esperanza, alegría, amor, legado, encuentro, amistad, recuerdo, añoranza. Todo ello se ha cumplido, se cumple y se cumplirá en Paquita, que lo dice de esta forma: “La jota despierta en mí grandes sentimientos, si estoy triste me alegra, me ilusiona, me llena de felicidad, tanto escucharla como cantarla, sobre todo me recuerda a mis abuelos y a mi madre… y cómo no, me llena de esperanza, al ver que mi hija mayor sigue mis pasos en la jota”. Como hemos ido viendo, a Paquita González Redón, la jota le ha proporcionado todo eso: alegría, emoción, amistad y una añoranza satisfecha, serena y feliz; como muy digna y merecida “Mujer de Jota” que es.

José Mª Prats Escriche


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